21. Más toros, y menos lobos
Tras los sucesos acaecidos en Sacedón, en los prolegómenos de las fiestas patronales de nuestros ocho municipios mancomunados, y con la obligación de cumplir la rigurosa normativa referente a los encierros por el campo, parecía que la celebración de los eventos taurinos, cúspide y epicentro de nuestra fiesta y motivo principal de la visita de familiares, amigos y foráneos a nuestros pueblos, estaba en peligro.
Todos hemos sido testigos de la proliferación de control y guardias civiles en calles y caminos rurales.
Tendilla, Pastrana y Moratilla de los Meleros desistieron de intentar correr los toros por el campo. Suspendieron la celebración del capítulo principal, y la novela quedó descafeinada. Fuentelencina o Alhóndiga, en un ejercicio de coordinación exhaustiva entre ayuntamiento y fuerzas de seguridad, tiraron para delante, y no renunciaron a su seña de identidad esencial.
Afortunadamente, cada uno piensa y expresa lo que quiere. Y debe disfrutar y dejar disfrutar a los demás de lo que les dé la gana. La fiesta de los toros genera empleo, visitas, negocio y, por ende, perpetúa esa especie de bóvidos y proyecta el leve peso turístico de nuestros pueblos hacia el exterior. Nadie está obligado a salir al campo con su moto, coche, quad o caballo. Quienes lo hacen, y se cuentan por miles, desean disfrutar cada año de tan especial acontecimiento (a su parecer). Ahora, además, cumplen una legislación harto exigente. Llegados a este punto, y consumada en Cataluña la pantomima anti-españolista, dejemos la fiesta en paz. Por favor.